martes, 10 de abril de 2012

La casa del árbol

Árboles en la mitad de la calle.
Eran las 20:00 hs. y piloteaba su taxi. Carlos Alberto Sosa trabajaba con su Fiat Siena por la Av. Córdoba ante el pesado transito que enloquecía a los peatones. Empezaba a llover y las personas que salían desde sus respectivos trabajos buscaban un medio de transporte para volver a sus casas. Con sus ojos negros divisó una mano de mujer que sobre salía por entremedio de las gotas que luego formarían las lagunas en los diferentes barrios anegados. Abrió la puerta y subió. La enfermera le pidió al taxista que se dirigieran al barrio porteño de Mataderos.
La noche se oscurecía cada vez más y el viento movía los carteles estáticos de la publicidad de la calle. El viaje era un placer hasta que las gotas se empezaron a transformar en un suave granizo que saltaba en el pavimento. A medida que se acercaban al destino de la pasajera las piedras crecían en su tamaño. La desesperación del conductor era tanta, que sin consultarle previamente a su cliente, colocó el vehiculo de trompa en el garaje de una casa. Cuando estaba a punto de frenar una piedra le pegó en el baúl y marcó el automóvil.
Todo era tan desesperante que la gente corría por las veredas resguardándose de la tormenta debajo de los balcones de los departamentos. Sus paraguas eran simples hojas de papel para un viento tan potente que se llevaba todo por delante. Hasta los más añejos árboles eran derribados por el temporal. Mientras tanto, cubiertos por el techo del garaje, la pasajera y el conductor esperaban para retomar el viaje. La lluvia calmó un poco y emprendieron el camino final hacia el hogar de la enfermera de la clínica Güemes.
El taxista, que iba muy atento a lo que pasaba alrededor de su coche, esquivaba los árboles caídos y accionaba el limpiaparabrisas que no daba abasto. Fue allí cuando la mujer introdujo su mano, la misma que había usado para parar al taxi, en su cartera. Mientras retorcía los papeles se dio cuenta que no contaba con el dinero para pagar el viaje. Entonces llegó el momento de contarle su problema al conductor que ya estaba bastante alterado por la situación y le dijo: “Necesito pasar por un cajero a retirar plata para pagarle”. Fue en ese instante cuando el taxista giró el torso y con una mirada atemorizante y el rostro hirviendo por el momento le que tocaba pasar le dijo: “No se da cuenta que todas las luces están cortadas, ¿En dónde vamos a encontrar un bendito cajero?” La mujer, terca y desafiante, le insinuó que se encontrarían con uno unas cuadras más adelante. Fue cierto. Se bajó, retiró el efectivo y desde la ventanilla le quería abonar al chofer. Pero esté, aunque ya estaba harto del viaje, le dijo que subiera porque la quería dejar en su hogar. La enfermera accedió y llegaron a la casa. Cuando el dueño del taxi le preguntó cuál era su vivienda se sorprendió con la imagen. La propiedad estaba tapada por dos árboles que habían caído desde los costados. El viaje salió $70 pero dada la gentileza del chofer la mujer redondeó en $100.
Después de haber visitado la casa del árbol, el tachero se dirigió a su departamento en el barrio de Belgrano con el temor de que todo estuviese inundado. Sin embargo la obra que realizó el gobierno porteño, del desagüe del arroyo Maldonado, había cumplido su cometido. Todo era tranquilidad luego de un viaje de terror.

Por Gastón Sosa.

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