jueves, 29 de noviembre de 2012

La mirada del amor

Ellos no se podían ver. Los dos se subieron en la misma parada de aquel colectivo azul y blanco que llevaba sus números en pantalla leed. Juntos encabezaban la larga fila para subir al medio de transporte. Sin acordarlo se sentaron uno junto al otro. No se miraban, sin embargo podían sentir la vibración de sus corazones con el latir de un amor que empezaba a nacer. José fue el primero en tomar la iniciativa de la conversación, le empezó a hablar a Sofía que sin saberlo ya se estaba por enamorar. La charla fue muy normal, se preguntaban dónde iban, qué hora era, comentaban el estado del tránsito, según la densidad de la rapidez del bus. Los minutos pasaban, la vida empezaba a tomar un color hermoso, el color del amor. Juntos se habían subido a un micro que no pararía jamás.

Se enamoraban como cualquier pareja se puede enamorar. En ocasiones puede darse en una oficina, un baile, un asado, una reunión. Ellos dos se enamoraban, sin sospecharlo, en un colectivo porteño. Con todo lo que eso implica, los movimientos bruscos, los empujones, los pozos, el calor y el frío. Pero los dos iban tranquilos en los asientos de adelante, mirándose o quizás intentando un milagro y cruzar una mirada, aunque sea la última mirada. Sólo un instante pedían. Hablaron, se conocieron lo suficiente y sin verlo se bajaron en la misma parada. José escuchó que su compañera de viaje le preguntaba a un ciudadano “dónde se encontraba la calle Mendoza”, y como él iba hacia la misma dirección se acercó y le propuso ir juntos. Allí, durante la caminata de diez cuadras, hablaron más, se acercaron y coincidieron con el mismo trámite que iban a realizar cada uno.

Terminaron de hacer las gestiones y se retiraron del lugar, obvio que juntos. En el camino de regreso, a la parada del colectivo, dialogaron y arreglaron una cita. Era en un café y por la tarde. Llegaron al lugar, y se dieron cuenta que no se iban a encontrar fácilmente. Ella ingresó primera, se sentó en una mesa de dos y cuando le preguntaron qué iba a tomar, le dijo al mozo que “por ahora nada porque esperaba a alguien más”. Esa persona era José, que llegó siete minutos tarde cuando ella ya se ponía impaciente. Sin embargo, se hizo presente en el café, subió el escalón de la entrada y ante su desorientación encontró la compañía del mismo mozo que atendía a Sofía. Él le preguntó si tenía una cita con una dama. José le contestó que sí pero que se le hacía difícil saber dónde estaba sentada. Entonces el mozo quiso saber cómo era y él le dijo: “Dulce”. En ese mismo instante fue cuando Sofía preguntó en voz alta por el mozo y José le dijo: “Es ella, ella es la mujer que busco”. El mozo lo acompañó hasta la meza y juntos compartieron una tarde donde terminaron de enamorarse. Juntaron sus corazones y se besaron por primera vez sin saber cómo era la otra persona. No conocieron la parte física del otro pero sí sus almas. Los dos eran no videntes, y a veces aunque los ojos no vean el corazón siente. Ellos viven enamorados y en meses serán papás. Los unió un colectivo, o simplemente el destino, pero ahora los une un camino que los llevará a vivir situaciones que sólo imaginaban.

Por Gastón Ezequiel Sosa.

martes, 6 de noviembre de 2012

Una familia que transpira tenis

Los Zeballos están ligados al tenis en todo sentido. Los tres integrantes de la familia tienen algo que ver con el mundo de las raquetas. Horacio padre tiene una escuela en la ciudad de Mar del Plata donde se forjan los futuros tenistas y por supuesto Carolina y Horacio Zeballos que ya son profesionales.

Debido a los viajes que demanda el tenis, la familia Zeballos, papá Horacio y sus hijos Carolina y Horacio, se pueden reunir en pocas oportunidades. El deporte blanco logró que se encontrarán en un lugar en común: Paris. Horacio hijo, fue por sexta vez consecutiva a jugar el segundo Grand Slam del año. “Estábamos en Roland Garros, fue muy lindo y una de las anécdotas fue haber podido jugar con Caro en una de esas canchas. Si me decías diez años atrás que iba a estar jugando con mi hermana al tenis en un Roland Garros te hubiese dicho: es imposible. Pero fue una experiencia muy linda, mi papá de coach y nosotros jugando”, dice el tenista marplatense. Esta semana, “Cebolla” supo ganar el challenger de Montevideo y disfrutó de la compañía de su familia en lo que fue el Torneo de Buenos Aires en donde se coronó campeón en dobles junto al mendocino Martín Alund.

Horacio Zeballos padre, acompañó dos semanas consecutivas a su hijo en el challenger que ganó en la Argentina y comenta: “Estoy muy contento por su triunfo y porque es nuevamente TOP 100 y entra en Australia sin necesidad de pasa por el cuadro de clasificación”. Horacio era profesor de tenis y dirige su escuela de Mar del Plata. El predio que fue inaugurado el 10 de enero de 1984, se llama “Edison Lawn Tenis” y cuenta con diez canchas de polvo de ladrillo y dos de cemento. El bar está decorado con fotos de sus hijos como así también de tenistas argentinos y extranjeros. En ese ámbito se criaron sus dos herederos. “Cebolla” cuenta que “influyó que él tuviera un club porque nacimos ahí y nos criamos desde chiquitos en ese ambiente”. Además, Horacio padre es contador público y fue el coach de su hija, quien también es tenista profesional. “Es buenísimo poder contar siempre con mi padre y que me apoye en las buenas y en las malas”, elogia Carolina. La tenista rubia tuvo una lesión a los 13 años en el cartílago del astrágalo y recuerda: “me marcó mucho porque creo que sin ella hoy no podría estar jugando al tenis. Estuve casi tres meses sin poder apoyar el pie, pero con mi papá íbamos a la cancha, poníamos un banquito y me tiraba canastos”. Con el apoyo de su padre y del hermano pudo recuperarse de esa lesión. “Horacio es una gran motivación y que siempre fue su referente”, asegura. Claro que su papá tampoco se olvida de remarcar que Carolina “ha mejorado mucho en este último tiempo” y que el tenis femenino “es muy complicado por el parejo nivel que hay”.


Horacio Zeballos, ganador de la medalla de Oro en los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro 2007, también recuerda la calidad del nivel femenino. “Veo que hay muchas chicas jóvenes que juegan muy bien pero después en un lapso entre challenger y WTA por ahí se quedan un poquito y eso se ve que a veces es por falta de apoyo al tenis femenino. Creo que hoy en día el tenis masculino tiene mucho más apoyo pero en las mujeres todavía les falta un poco más de envión para que puedan mejorar el ranking”, dice “Cebolla”. En referencia a su hermana cuenta que ”sería importante que tenga una carrera parecida a la mía”. Ellos están muy unidos y se dedican al tenis. Lo primero es la familia, pero el deporte es la forma de vida de los Zeballos.

---------------A partir del 1 de febrero se renuevan las ilusiones de Argentina de cara a la Copa Davis. El conjunto de Martín Jaite comienza la serie de local frente a Alemania y Horacio Zeballos comentó que ese torneo “es como un Mundial, en el fútbol hay buenos jugadores pero lamentablemente no ganamos desde 1986. Pero también hay que tener en cuenta el merito y la virtud de los demás jugadores”. El equipo nacional fue eliminado este año ante República Checa y en el 2013 iniciará otro nuevo camino en busca de un título que ya le fue esquivo en cuatro finales: 1981 ante Estados Unidos, 2006 con Rusia y 2008 y 2011 frente a España. “Perdimos la final con España que tiene grandes tenistas, este año caímos con un Berdych que venía muy sólido”, dice Zeballos en referencia a las finales perdidas. Además, “Cebolla”, confirma que el capitán Jaite lo tiene en carpeta para convocarlo: “Todas las series hablamos y más allá de que no esté, me dice que me tiene en cuenta así que estamos en contacto”.------------------

Por Gastón Ezequiel Sosa, Germán Lorenzo y Fuentes.
Fotos: Fuentes.

lunes, 5 de noviembre de 2012

De cartonero a campeón por Horacio Accavallo

Su voz ronca dejaba entrever el barrio en su piel. Su apellido podría ser el sinónimo de un grito de muerte y su nombre es historia viva del boxeo argentino. Horacio Accavallo, fue aquel hombre que con sus puños logró cumplir sus sueños y ser alguien en la vida. De chico, el gran campeón, fue un joven que recorría el puente Alsina a caballo para comprar y vender mercancías como tantos botelleros y cartoneros lo cruzan por estos días. En las noches dormía boca arriba sobre sus cartones, bajo el cielo abierto del sur de la provincia de Buenos Aires. Porque a la jornada siguiente tenía que emprender bien temprano su actividad laboral.

Hasta que un día, ese cielo de Villa Diamante del partido de Lanús, que lo había visto nacer un 14 de octubre de 1934, lo vio campeón del mundo. Fue el primero de marzo del ’66 cuando en Japón peleó contra el boxeador local Katsuyoshi Takaya y le ganó por puntos en 15 rounds. Allí la gloria llegó a sus manos y sus sueños se hicieron realidad. Ese día se comió tres churrascos y una ensalada de lechuga y tomate, subió al ring con una bata con los colores de Racing Club de Avellaneda, entidad de la cual es hincha, y se consagró como el segundo campeón mosca de la Argentina, dado que el primero había sido Pascual Perez.

El “Roquiño”, como lo apodan, pesaba 51Kg, medía 1,57cm, y era zurdo algo que a los rivales los complicaba bastante. Todo ese combo de características físicas le dio la fuerza suficiente para ser uno de los mejores boxeadores del país en peso mosca. Pero una noche, en el Luna Park, y bajo miles de personas que él mismo convocaba en los bares, se retiró. Dijo adiós después de hacer tres defensas exitosas. Fue el 12 de agosto de 1967, donde sus managers Juan Aldrovbandi y Héctor Vaccari lamentaron su retirada pero aceptaron la decisión.

Sus puños dejaron de contar golpes y empezaron a hacer negocios, algo que él hace muy bien, porque a pesar de no haber estudiado, es muy bueno con los números. Se retiró con un record de 75-2-6. Sus nocaut fueron 34, sus peleas fueron duras y emocionantes y su vida fue una vida de campeón.


Por Gastón Ezequiel Sosa.