viernes, 30 de agosto de 2013

Fiesta de final


Suenan los tambores desde la segunda bandeja. Los papelitos caen sin destino ni final. La hinchada rival, agazapada en la tercera tribuna del lado del Riachuelo, mira asombrado el espectáculo. Lo disfruta, pero cada hincha sabe que el miedo corre por sus venas. ''La 12'' canta, la gente se enloquece. Es noche de Copa Libertadores. La final contra Gremio de Porto Alegre. Los jugadores brasileros sienten que la Bombonera “late”. Les tiemblan las piernas. 50.000 almas gritan “Boca mi buen amigo...”. Se esfuerzan al máximo para invadir de temor al contrario sin necesidad de lastimar a nadie.

Oscar “Cacho” Laudonio, fiel a su costumbre, agita la bandera. Aquel emblema pasea por el aire acompañada del escudo y sus estrellas. Todo indica que Boca Juniors va a salir al campo de juego. La gente comienza a cantar más fuerte, las voces se llenan de emoción y los brazos se agitan fuertemente.

Está todo dado, el jugador número doce ya calentó y está preparado para que empiece el encuentro. El rival, espantado, espera a que salga el equipo local. Los juegos de artificio empiezan a explotar en el cielo. Las luces ya son de todos los colores. La noche se hace día por unos minutos. Martín Palermo asoma su cabeza. La gente delira y ensordece a todos. Los papelitos vuelan alto. Salió Boca. Juan Román Riquelme camina lento, como quien premedita que va a hacer un golazo. Los de Gremio miran incrédulos. Es una final y hay que ganar. Comenzó el partido. Sólo los hinchas saben cómo puede terminar.


Por Gastón Ezequiel Sosa.

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