jueves, 18 de agosto de 2011

La mujer que no soñé

Mi abuela paterna la conoció en el Hospital Argerich, Amandita era una de las enfermeras del lugar. Ella fue el mejor legado que me dejo mi abuela, porque desde que nos conocimos siempre pasamos buenos momentos juntos. Llegó a mi vida a los ocho años y se va a quedar para siempre. A medida que fui creciendo fuimos compartiendo nuevas cosas y ella crecía a la par mía. Hacíamos de todo, la acompañaba a la peluquería para que se pudiera peinar esos cuatro pelos locos que tenia, íbamos al banco, la llevábamos de vacaciones, era una más entre papá, mamá y yo. Fue hermosa toda nuestra vida juntos, pero lo que más me marco fue lo último que paso.
Un mediodía salí de mi edificio y ella estaba en el auto de papá, sentada adelante. Me miró y la salude con la mano a través de la ventanilla que estaba cerrada. Ya se sentía mal, los días se le acortaban. Fue en Julio de 2009, un día gris y frio. No sé qué pensó de mí luego de ese saludo final. Sólo me reprocho que no la despedí y me deje llevar por la velocidad del tiempo y del mal. Creo que eso me pasó por inmaduro. Nunca me lo voy a perdonar.
Fue mi abuela, fue la hermana de mi abuela, fue una amiga de mi abuela, fue la tía Amandita. Ahora es mi angel. Mi papá la llevó, ese mismo día, al Hospital Pirovano y ella se quedó ahí. Estaba enferma, tenia pulmonía, se la había agarrado en el geriátrico donde vivía. A los 91 años no se tiene la suficiente fuerza para pelear contra una enfermedad, más si sos asmático. A los siete días falleció y me quedé sin la oportunidad de despedirme de ella. Antes que la llevaran al cementerio, fui a ver su cuerpo. Estaba frió, sin alma, duro y con los ojos pegados con la gotita. Todo era gris en esa habitación. Le acomode el pelo y salí. Ya no estaba allí, se había transformado en mi angel. Nunca la soñé, no sé cómo término nuestra relación. Dicen que en los sueños los seres humanos, que ya no están entre nosotros, se nos presentan si se sienten olvidados. Ella jamás apareció, pienso que es porque esta presente todo el tiempo tras de mí, siempre siento que esta sentada en la silla que era de ella o me la imagino escuchando música conmigo. Fue mi abuela postiza porque supo suplir a mis dos abuelas, que nunca pude disfrutar.
Pasamos muchas tardes jugando al chinchon. Siempre creía que yo la engañaba y le hacia trampas para ganarle, no quería aceptar que era ella la que perdía. Nunca se enteró la verdad o no quiso saberla, pero yo era mejor. Nimporta, me quedo con el recuerdo de ella, de mi tía Amandita. Amanda Argentina Meza. Una mujer que nunca hizo mal a nadie y no pudo tener hijos, pero que brindó todo su amor a sus seres más cercanos que justamente no éramos familiares.
De su familia biológica no sé nada, ni siquiera llamaron más a mi casa para saber si está viva. Hay personas que se olvidan de uno si no tenes plata o no les vas a dejar algo, pero era imposible olvidarse de ella. Todavía no los entiendo, debe ser porque no me pasó. Lo feo es que, con la tía Amandita, íbamos todos los meses a llevarles flores a los familiares de ella que habían muerto, en cambio a ella sólo la visitamos nosotros tres. “Cuando yo me muera, cuando yo me muera…”, decía la tía. “No penses en eso tía”, le decía yo. No tenia que pensar en eso, porque a todos nos llega la muerte, lo importante es que dejemos un buen recuerdo en la gente que nos quiere y nos respeta.

Gastón Sosa.

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