Caminaba por la calle como
cualquier otro día. Se dice que iba o que volvía del colegio. Algunos ni
siquiera saben si llegó a algún lugar de los que por esos días era común que se
la encontrara. Mientras transitaba por la calle, pocas cámaras, que luego fueron
un herramienta más para la investigación, le seguían sus cortos pasos. Hasta
ese momento su corazón, de apenas 16 años de vida, latía. Aquella adolescente era
una chica más en la Argentina. El país no se conmocionaba al oír su nombre. Su
vida, por lo que no se sabe, era normal y Ravignani 2360 no se había convertido
en un lugar turístico para el morbo de los extranjeros.
Pasaron 16 días desde que encontraron muerta a Ángeles Rawson en el
CEAMSE de José León Suárez, y la investigación sigue su rumbo. El encargado
Jorge Mangeri, que algunos sospechan que sólo es el “perejil” del caso,
continúa detenido. Dos vecinas lo acusan de acosador y ya la abogada del padre
de la víctima, Franklin Rawson, va a citar a declarar a una de ellas. El
padrastro, que fue indagado, por ahora sigue en libertad y la madre espera
justicia. La vida de Ángeles fue detenida pero por ahora no hay ningún culpable
y muchas dudas. Argentina reclama verdad y que esta vez haya responsables, que
no pase lo mismo que sucedió con Candela.
Muchos especulan que detrás de esta muerte está el poder, el dinero e
intereses. Los peritos dicen que no hubo abuso sexual. Sin embargo, el abogado
del “portero”, Miguel Ángel Pierri dice: “Si hubo acoso sexual dejo el caso”.
Entonces las contradicciones llegan, las hipótesis se instalan y la justicia
sigue lenta como de costumbre. Allí la memoria empieza a recordar a Maximiliano
Kosteki, Darío Santillan, José Luis Cabezas y los desaparecidos por la
dictadura. En ese momento uno se pregunta si esta vez habrá condenados por
muertos inocentes. Y ahí llega la esperanza de que se llegue hasta el final,
los que tengan que pagar paguen y que no sólo sean los muertos los que sepan
quién fue.
Por Gastón Ezequiel
Sosa.