El viento corre frente a su cara e intenta
volarle su gorra de pescador. Él se la sostiene, mientras espera que pase el
temblor. Todo parece perfecto en su balcón que mira hacia las barrancas de
Belgrano y regala una vista privilegiada. Es un abuelo de 91 años que aprendió
a preocuparse muy poco por todo. Ya no le interesa cuánto sale el dólar, no
ahorra en pesos, no putea a Cristina ni tampoco vive apurado. Nada parece
asombrarlo ni molestarlo.
Todas las mañanas de su juventud se
levantó para ir a trabajar, quizá haber trabajado en un banco le habrá hecho
pensar muchas veces en el dólar, inquietarse por su país y por su gente. Hoy,
para él, no hay nada más preciado que el aire. Sólo ese elemento necesita para
vivir feliz. También están sus palomas que por muchos años alimentó y se posan
en la baranda de su balcón como agradeciéndole. Incluso algunas personas se
atreven a llamarlo abuelo, porque todavía no entendieron que están frente a una
vida. Toda una vida.
Su barba canosa, su calvicie, su delgadez
y su poca memoria son consecuencias de su vejez. Sus ojos color café miran el
cielo y buscan alguna nube que amenace con arruinarle el día. Sabe cuándo va a
llover, si va a salir el sol, cómo corre el viento y cuánta temperatura hace. Dice
que la vida le enseño que no hay que preocuparse por nada y así parece hacerlo.
No recuerda su edad, ni el día en el que estamos, ni qué mes, ni qué año y lo
entiendo. Nada de eso le sirve, sólo está contento porque dios le regala, día tras
día, un nuevo amanecer.
Quizás para él esta mañana fue una
más. Probablemente nunca supo con quien compartió su aire hoy. No puedo
asegurarles si sabía que soy el nieto, el yerno o un vecino que pasó a saludar.
Incluso es muy factible que para él todo haya sido muy normal. Aunque debo
confesarles que se puso muy contento desde el momento en que me vio. No me atrevo
a decirles que para él fue una experiencia única. Lo que sí sé, con certeza, es
que para mí fue de esas cosas inolvidables. Porque siento que hoy pude
conversar, acariciar y besar de nuevo a la vida.
Por Gastón Ezequiel
Sosa