Ante la mirada inocente y el indefenso cuerpo de una nena que apenas se empieza a convertir en una mujer, el padre abusa sexualmente de ella. La chica observa atemorizada, se queda rígida mientras su papá se desliza los pantalones negros hacia el suelo. Marcela tiene 15 años y él le triplica la edad, tienen sexo sin consentimiento.
El hecho ya fue consumado, él abusó de su hija y ella ahora, dos meses después, lo sufre. Está embarazada. La madre, en principio la cómplice silenciosa de su esposo depravado, se compadece de su hija e intenta ayudarla. Primero le comenta a una amiga íntima lo que va a hacer: abortar. Después, con la conciencia más limpia, pensando que ya no era sólo ella quien se quedaría con ese cargo de conciencia si le pasara algo a su hija, se dirigen al lugar.
Es una casa que obra de sanatorio con una médica y su ayudante disfrazada de enfermera. Ingresan y la acuestan en una camilla con olor a muerte. Mientras tanto la madre, a media luz, toma un café en el comedor de la vieja casona. La doctora se dirige al cuarto con dos pastillas, una va por debajo de la lengua y otra ingresa en el fondo de la vagina. El proceso ya está en marcha. En doce horas la niña, que volvió a usar pañales, tiene que desprenderse del feto.
Julia, la mamá de Marcela, sigue afuera esperando que todo salga bien, mientras que la Dra. Princopio la convence de que no está mal lo que están haciendo porque es sólo una baba sin forma. La ignorancia la lleva a estar convencida de que no esta provocando ningún mal y que es algo lógico. ¿Cómo su esposo iba a ser el padre de su nieto? Sin embargo la vida de la nena corre peligro en el cuarto blanco vestido de habitación de hospital. La infección está a flor de piel, en cualquier momento una chica que tiene toda la vida por delante la puede perder en contra de su voluntad.
Es de día. La madre amanece de la mano de su hija en la camilla. Marcela ya se deshizo de tres coágulos de sangre; en alguno se fue el feto. El proceso terminó. No corre peligro y las cosas vuelven a la normalidad. Sólo resta tomar cuatro pastillas más cada 24 horas para que no se forme leche en los pechos. Se abonan los $1500 y todo sigue igual.
Hoy, Marcela con 25 años de edad vuelve a recordar algo que era un secreto en su familia. Dado que mediante un fallo, histórico para la Argentina , quedan eximidas de culpa y pena las mujeres que han sido violadas como también las médicas que ejecutaron el horrible método.
Por Gastón Sosa.